Esta es una cita extraída de un texto de referencia para el feminismo: Una habitación propia, de Virginia Woolf. Por lo que a mí respecta, me da que más de uno que presume de cultura ni siquiera lo ha ojeado, ni ese ni nada más interesante que que no sean los panfletos condenados por la justicia de Alfonso Ussía o de Salvador Sortres (por poner el foco en dos de los más contumaces machistas de este país); visto lo visto, hay mucha más gente de la que creía que necesita leer urgentemente este y otros textos de referencia feminista, dadas las circunstancias, al menos para parecer siquiera que le interesa la literatura. Lástima que la lectura produzca urticaria entre los nostálgicos cara al sol...
Los conservadores son esos dinosaurios que no quieren que nada de lo establecido y que les beneficia cambie, y, si por ellos fuese, seguiríamos bajo régimen feudal (ese baluarte apócrifo al que estamos sometidos todavía los españoles en pleno siglo XXI). El conservador quiere que todo se conserve tal y como era o ha sido siempre, tiene miedo que el cambio altere su estatus de privilegio y no lo puede consentir: el hombre a la taberna, la mujer a la cocina y a fregar; persignarse y rezar un rosario diario; hacer las cosas como Dios manda y el fútbol o los toros los domingos... y que no falten las visitas al puticlub de cuando en cuando. El máximo logro que han obtenido los conservadores es convencer al puñado de muertos de hambre que creen ser parte de un estatus ideológico cuando no llegan ni a rascar el polvo de los zapatos de esa minoría elitista. Lo que les ocurre en realidad a ese reducto social (y me refiero a los que de verdad los representan, los que ganan muchos cientos de miles de euros al año y tienen casa donde veranear y donde esquiar) es que no aceptan de ningún modo que la sociedad cambie, el movimiento, porque la catapulta de la conciencia siempre va hacia adelante cuando se activa, y seguirá cambiando el progreso debido a que las sociedades, de manera natural, no son inamovibles; con aquella mentalidad aún estaríamos viviendo en las cavernas de Platón...
Y la historia está llena de pequeños ejemplos, de cosas pequeñas, que apenas significan nada pero lo cambian todo de manera espontánea. Y se da la circunstancia que nunca, nunca, los pequeños movimientos o detalles sociales han tenido origen en el lobby conservador. Virginia Wolf lo dejó patente en su ensayo, y podría resumirse en un pequeño pasaje: «Démosle una habitación propia y quinientas libras al año, dejémosle decir lo que quiera y omitir la mitad de lo que ahora pone en su libro y el día menos pensado escribirá un libro mejor». Así se ha comentado la liberación y el empoderamiento de la mujer en estas últimas décadas, solo hacía falta darle las herramientas necesarias para que pudieran dar de sí todo cuanto son, y dar rienda suelta a su creatividad e intelecto, a pesar de que ese patriarcado rancio conservador intenta ahogarlas y encerrarlas en su propia habitación, especialmente son las de su mismo género quienes abogan por esto... terrible.
¿Y a cuento de qué viene esta parrafada?
Todo esto que me ha servido de báculo reflexivo viene a cuento por la insistencia mediática de parte de la prensa pagada por los intereses patriarcales conservadores, de sus acólitos lobotomizados, y sobre todo de sus mamporreros muertos de hambre que intentan hacer mella en el género femenino, que minimizaron un asunto capital al exponente negativo de lo que es un «piquito inocente y sin importancia. Cuánto se ha maximizado algo tan nimio que hemos hecho todos en algún momento». Con este argumento hasta se busca culpabilizarlas en relación a aquel affaire de Rubiales con Jeni Hermoso: han sido ellas quienes lo han provocado. Y lo peor no es ya el acto en sí, sino el acoso y derribo a posteriori para intentar destruir su reputación, sus carreras profesionales, la presión mediática de los medios conservadores ridiculozándolas, menospreciándolas, vejándolas... Y esto me ha recordado otros muchos gestos a lo largo de la historia que supusieron un antes y un después.
Los menos avezados, y por ende más bocazas, ni sabrán de qué hablo al mencionar a Rosa Parks; probablemente usted sí. El autobús en el que decidió tomar un asiento reservado para blancos se convirtió en poco tiempo en un símbolo de los derechos civiles, el espíritu reivindicativo del que se benefician directa o indirectamente muchisísimos de los que se les llenaron la boca de improperios para criticar a Jeni Hermoso (y ahora vuelven a la carga tras la aparición victimizada de su agresor sexual condenado) o trivializar un «beso no consentido», en el mejor de los casos, que es solo un «piquito». Aquel asiento también fue solo un asiento. Los de su propia raza recriminaban a Rosa haber ocupado «un sitio de los blancos», y que «nos vas a buscar a todos una ruina con tu insolencia y provocación». Acabó detenida, y ahí comenzó todo, sacudió los cimientos de las conciencias de la época para reclamar unos derechos que aún hoy se les niega a plenitud... «La libertad no es gratis», dijo. En efecto, ocupar esa habitación sin vistas para escribir su propia historia tiene un peaje muy caro en un sistema gobernado por hombres y estructurado por el lobby conservador turbados siempre por el temor a que los cambios les arrebate el poder y el oro acumulado. De ahí que pongan todo su empeño y denuedo en minimizarlas hasta llevarlas al negacionismo social e intelectual, y sobre todo contando con el apoyo inestimable de los muertos de hambre que creen o aspiran a ser lo que nunca serán, o, a lo sumo, el polvo de sus zapatos.
No es solo un asiento (segregado), ni es solo un «piquito» (no consentido), o un piropo (grosero)... Esto va de derechos y libertades, no de rojos que están contaminando el planeta imponiéndonos sus ideas o que los de derechas pretendan quitarle hierro al asunto y acusen a aquellos de supremacistas intelectuales (me temo que esto último se da con más frecuencia como argumento y desgraciadamente se ajusta más a la realidad). De lo que se trata es de desterrar la idea de que una nimiedad como un «piquito (no consentido) sin importancia va a destruir la carrera de una persona. ¿Quién no ha dado un «piquito» a alguien?» Yo: yo no le he dado un piquito a nadie SIN SU CONSENTIMIENTO. Y como yo cientos de miles, millones de personas. Reducir la falta de respeto al prójimo, la violación de su consentimiento, a la trivialidad de «solo es un piquito» es de un analfabetismo intelectual y moral de tal calibre que hasta Rosa Parks sería capaz de dejar su asiento libre con tal de que tomaran conciencia calzando sus zapatos... o los de tantas mujeres vejadas por el posicionamiento y autoridad masculina que les otorga una posición privilegiada o prominente y aprovecharon su posición para abusar de ellas, para vejarlas, para silenciarlas...
Lo mollar del asunto es que el feminismo nos ha zarandeado a todos en estos últimos años, y muy especialmente en estos días convulsos, por un beso no consentido. Hacía falta que viésemos dónde radica la gasolina del patriarcado más rancio y conservador. El «piquito» sin importancia supuso un antes y un después, y más aún viendo la repercusión mediática y el apoyo que ha tenido en todo el mundo sin paliativo alguno. Un gesto que empezó de una manera singular y sin aparente importancia, como ocupar un asiento reservado para blancos, como abarcar el espacio de una habitación propia donde ejercer el feminismo con libertad.
El hecho es que el agresor sexual condenado se ha recorrido todos los platós de televisión para victimizarse y reafirmarse que el beso fue consentido, que lo volvería a hacer y que todo es culpa de Pedro Sánchez por conspirar en su contra. Lo casposo del asunto es que se pasea por emisoras de radio y platós de televisión, como digo, para reivindicar su posición de macho cavernícola de principios del pleistoceno. ¡Unga!, ¡unga! Y lo peor es que los valedores de esta actitud son los prime time de todas las emisoras de televisión que le dan golpecitos en la espalda y les pone el hombro para que derrame sus lágrimas de cocodrilo.
La mujer protagonista en la literatura masculina es la que ganaba mundiales y su heroicidad quedaba fuera de toda duda. Pero en la vida real los logros quedan supeditados SIEMPRE al ninguneo de los que minimizan cualquier victoria que sea capaz de conseguir la Mujer, ese asiento en el autobús que hasta las mismas mujeres recriminan que otra de su género utilice porque (todavía hoy) creen que pertenece a ellos. Es un «piquito» sin importancia... y la culpa es de Pedro Sánchez, por supuesto (Goebles estará más que satisfecho por que sus premisas propagandísticas siguen estando en sus valedores más en boga que nunca), por confabular contra él y usarlo de cortina de humo. En el terreno de la literatura, ellas tienen la mayor importancia, en la práctica ya vemos que todavía hay mucho por qué luchar.
© Daniel Moscugat, 2025.
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