Cada día despertaba con el ansia de un café, le predecía el día. No desayunaba nada más que una taza de café solo. «Me da la vida», decía. El resto del día lo invertía en una lucha constante con el trajín diario que ya vaticinaba antes de salir por la puerta: un trayecto en bus de ida y vuelta, otro café para revitalizar la vida, una jornada laboral exhausta, una ducha reconfortante, un beso, una ensalada... un café para soñar, hasta la mañana siguiente.
Un día, la visita al médico le dejó un recado demoledor: «Tiene que dejar de tomar café». Al día siguiente, cambió el café por un tazón de Cola Cao. Ya no hubo predicciones. Entonces fue cuando comprendió que moriría en cualquier momento, sin saber cuándo.
© Daniel Moscugat, 2025.
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