Lo que son las cosas. Acabo de leer que el presidente de un mass media, uno de los grupos editoriales más importantes de este país, tiene la desvergüenza de decir en público, casi a voz en grito, que «Los medios ayudamos a que funcionen la democracia y la economía»; lo que no ha dicho es el cómo, claro. Me explico.
Hubo un tiempo en que la prensa fue para mí un icónico adalid de libertad de expresión y de defensa de la verdad. El cuarto poder la han llamado siempre. Hoy, la efervescencia del minuto y resultado cada segundo en las redes sociales nos empuja de forma involuntaria a masticar información en todo momento y de forma compulsiva, sin cocer y dando por hecho la obligación a ser crudiveganos de la información. El resultado son muy malas digestiones y una falta de perspectiva real de las cosas distorsionadas. Más que información yo lo llamo complacencia con quien les paga, o con quien gobierna, o ambas a la vez. Y es que el abajo firmante echa de menos ese periodismo de pluma y papel, el de currarse la información y dudar de todo y de todos, el de cuestionarse los porqués disponibles y que escribe sin el yunque sobre la cabeza de una palabra mal dicha o escrita que cercene el cabo que la sustenta si es preciso. El periodismo de cortar cabezas, caiga quien caiga, el de toda la vida... hasta este siglo XXI.
Hubo un tiempo en que la prensa fue para mí un icónico adalid de libertad de expresión y de defensa de la verdad. El cuarto poder la han llamado siempre. Hoy, la efervescencia del minuto y resultado cada segundo en las redes sociales nos empuja de forma involuntaria a masticar información en todo momento y de forma compulsiva, sin cocer y dando por hecho la obligación a ser crudiveganos de la información. El resultado son muy malas digestiones y una falta de perspectiva real de las cosas distorsionadas. Más que información yo lo llamo complacencia con quien les paga, o con quien gobierna, o ambas a la vez. Y es que el abajo firmante echa de menos ese periodismo de pluma y papel, el de currarse la información y dudar de todo y de todos, el de cuestionarse los porqués disponibles y que escribe sin el yunque sobre la cabeza de una palabra mal dicha o escrita que cercene el cabo que la sustenta si es preciso. El periodismo de cortar cabezas, caiga quien caiga, el de toda la vida... hasta este siglo XXI.
Verá. No sé si conoce el prólogo que escribió George Orwel en su Rebelión en la granja. Lo tituló «Libertad de prensa». Más parece un manifiesto con el que arremetió contra los que defendían una postura comunista y proteccionista, fíjese cómo son las cosas. Aceptar una mentira afectaba no solo a las novelas o ensayos que hablaban de política directa o indirectamente (querámoslo o no, la política está presente en cada idea), sino también a quienes cargan las plumas de reflexión y opinión independientes. La genuflexión reverencial hacia el poder, anulando cualquier posibilidad de razonamiento, significa congraciarse con aquellos que solicitan ese sacrificio a cambio del ensalzamiento de una idea enmascarada de verdad que nada tiene que ver con la realidad. Eso se llama totalitarismo, venga de donde venga. Y los que no se sumaron a los tentáculos de los totalitarismos, acabada la Segunda Guerra Mundial, acababan mal mirados o sentenciados. Esto es historia reciente. Tan reciente que la volvemos a revivir en estos tiempos modernos, casi copiada con papel de calco celestial. Palabrita del Niño Jesús.
Llevo algo así como varios meses leyendo y viendo titulares de la prensa de todo el mundo escandalizados por los aranceles de Trump, igual de escandalizados que cuando pretendía construir un muro el ínclito, despótico y (por qué no decirlo) subversivo antisistema Mr Donald; aunque, en realidad, coloquialmente hablando, no es más que un chulo ignorante con mucho poder... Y ya saben lo que ocurre cuando un chulo ignorante tiene mucho poder; aquí tuvimos uno que hasta nos metió en una guerra y acusó sin pruebas del mayor atentado terrorista a un grupo terrorista, que no movió un solo dedo, para alterar unas elecciones a su favor. Como decía, el del flequillo color pollo también ha desatado una batida contra sus propios ciudadanos que pagan y contribuyen con impuestos en los iuesei y los está expatriando, ha suspendido el Programa de Admisión de Refugiados, ha prohibido la entrada de ciudadanos de Irak, Siria y los países del llamado «área de preocupación o de terrorismo» (Sudán, Irán, Libia, Somalia, Yemen...) —cosa que también hizo en la legislatura anterior—, y ni que decir tiene esa defensa a ultranza del genocidio que está perpetrando Israel contra los gazatíes, crímenes de lesa humanidad que ampara, protege y apoya con la última finalidad de haber negocio turístico con sus aliados. Estas y otras tantas órdenes ejecutivas que ni escandalizan a la vieja Europa parece que obliga a sus dirigentes a tomar posiciones al respecto; pero solo eso, parece. Se salva de la quema, aunque tarde, el presidente del reino de España, que ha puesto los puntos sobre las íes y ha tomado acción y partido. Algún que otro dirigente se ha sumado a la iniciativa de Sánchez y poco a poco van sumándose otros a cuentagotas, aunque tímidamente.
La «Europa no proteccionista, no cerrada, con sus valores y principios» permitió (y sigue permitiendo) el cierre de las fronteras por el llamado corredor de los Balcanes. Apenas sí se habla de eso todavia hoy, porque las noticias que venden son otras. No fue un decreto de tres meses ni de ciento veinte días de bloqueo: el tema lleva ya demorándose durante años. El instigador: Austria y la permisividad de Alemania, sumándose el resto de países del norte y este de la vetusta Europa, que incluso amenazaron a Grecia con suspender el espacio Schengen, que, por otro lado, se pasan por el forro todos los países, desde Hungría hasta Holanda y la madre que los parió. Esto no sale en las noticias ahora, como digo, pero siguen llegando refugiados como un goteo incesante, bien por el corredor de los Balcanes, bien por la frontera de mar que es el Mediterráneo; refugiados a los que no se les permite entrar en la UE, y sí a los ciudadanos ucranianos (supongo que el color de la piel tiene algo que ver en esto). Ahora, la noticia está focalizada en Gaza, y atrás quedó Ucrania; una invasión que el del flequillo pollo no está interesado en liquidar ni mediar si no saca tajada. Sumamos, por tanto, las devoluciones y bloqueos que siguen produciéndose por parte de Macedonia, Serbia, Croacia, Eslovenia, Hungría, Bulgaria, Austria... Y todavía resuenan los ecos de las declaraciones del ministro de inmigración griego de cuando «estaban de moda» los refugiados sirios: «no vamos a permitir que nos conviertan en el Líbano europeo». Pero el mayor drama al que se enfrenta la vieja europa es la pasividad con la que afronta un genocidio, una limpieza étnica sistemática del estado neofascista de Israel contra el pueblo palestino.
Ambos muros, el que vuelve a levantar los iuesei, esta vez con el resto del mundo, y el de Europa, forjan una autodestrucción que cuanta mayor pasividad más alto su frontispicio. La Corte Internacional de Justicia (CIJ), según los Derechos Humanos, según el sentido común, ya ha dictado sentencia; no sé qué más se necesita para comenzar a tomar partido. Ya quisiera yo que los dignísimos ciudadanos europeos, jaleados por la prensa, saliesen a la calle a protestar y a manifestarse como lo hacen los ciudadanos estadounidenses, apoyados y animados por el periodismo de allí. Existen mecanismos (administrativos, políticos, estructurales...) de control que podrían regular y escenificar un parapeto que conforme una acción conjunta contra Israel y sus aliados, los iuesei.
Europa mira hacia EEUU con beligerancia ante una muy deplorable actitud de su mandamás, pero se rinde a sus pies a poco que alce la mirada de loco chulesco con poder suficiente para borrar el planeta del mapa universal. Y, para colmo, ha vuelto a traer al presente el espacio ideológico y moral que dividió Alemania en dos y que se indigna ante las barras y estrellas como de un muro que ni siquiera es comparable al muro de la vergüenza que separa el este de Europa de Oriente próximo. Europa, la que «no es proteccionista, que no es cerrada, con sus valores y principios», la que sostiene una prensa inmediata que se acomoda al dictamen de las grandes corporaciones y casi inconscientemente da pábulo a todos esos totalitarismos modernos que se abren paso.
La prensa, en general (siempre hay honrosas excepciones), olvida cuál es su labor fundamental: informar sobre la verdad al desnudo, sin máscaras ni artimañas que adornen la realidad. Una verdad bien dicha, sin artificios. Informar sobre la realidad. Denunciarla. Una prensa que desvía la atención con complacencia hacia donde no debe y deja en el haber un déficit de asesinados de miles de millares. ¿Habrá peor muro que evitar decirle a la gente aquello que no quiere oír o leer y desviar la atención, sin una miserable reflexión, hacia lo que de verdad nos interesa o afecta? Los bulos informativos, la intoxicación mediática, la normalización de la posverdad, las verdades a medias… muros infranqueables para individuos que aspiran a navegar en yates lujosos y apenas si llegan a pateras sin salvavidas.
Aprovechar el despotismo de un cani vestido a medida con seda y flequillo blondo de diseño hortera no es un parabién que represente a la vieja Europa. Por una vez, y ya van unas pocas —recuerdo aquel arranque de valentía en plena pandemia que, o Europa invertía en Europa para evitar el descalabro de una recesión, o provocaba una crisis sin precedentes y sacaba a España de la UE, y en la cara Dragi, Merkel y Macron—, por una vez, como digo, un presidente se sale del tono cobarde de la UE y se pone las pilas diciendo al menos los cosas como son y posicionándose donde la sensatez tiene un lugar honroso. En contraste con una Europa que parece no haber aprendido nada de cuando acabó teñida de sangre y sufrió la vejación de un demente semejante a Netanyahu o al Trumposo, que llegó al poder amparado bajo un discurso populista de despotismo iletrado de un bocazas sin fronteras, que despotrica contra el club de socios económicos que es la Unión Europea, y hasta la obliga a firmar un convenio donde solo gana él. Luego llegarán los lloriqueos en Europa cuando gobierne por doquier la extrema derecha neofascista por todos los rincones y acabe provocando una sangría económica, moral y estructural semejante al del siglo XX.
Todos se esconden tras los titulares de la prensa, de una prensa que ondea al viento las breves palabras que más venden y más adeptos sean capaces de conseguir. Hablan a través de aquella, de su escudo protector. Y todo quedará, como siempre, en agua de borrajas, porque la prensa se ha acomodado bajo el paraguas de la noticia exprés, el titular que vende, el escándalo que le reporte más y mayores visitas, más clics, más pasta... Cuando la prensa se percate de que los trajes de seda y la verborrea falaz de Trump no den réditos, a otra cosa mariposa. El tío Gilito sabe cómo dar de comer a las gallinas para que los cacareos resuenen en todo el mundo: márquetin digital moderno. Entonces, los de la vieja Europa terminarán ciscándose encima y se mojarán los pantalones mientras miran para otro lado, o esconderán las cabezas bajo el suelo a la menor declaración altisonante que puedan turbarlos en sus acomodados sillones de piel que presiden sus maravillosos escritorios de caoba, creyendo que nadie los ven porque ellos tampoco vieron nada. Porque en el fondo saben que no pueden enfrentarse a alguien que habla el mismo idioma.
Pero todo esto, y aquí meto a todos en el mismo saco (prensa, dignatarios, falderos, incautos, besamanos, abrazafarolas, aspirantes borreguiles, buenísimos sin igual, indignados del mundo...; sí, todos), acabarán pidiendo clemencia por el panorama desolador que está por venir. Porque esto de mirar para otro lado nunca le sale gratis a nadie. Hay dos motivos fundamentales por las que unas civilizaciones invadieron a las de su entorno: el fanatismo de lo divino (la religión) y la escasez de recursos (el hambre). Tarde o temprano, esos países masacrados por las escaseces de recursos fundamentales (agua, trigo, arroz…) acabarán por organizarse e invadirán todo aquello que les han negado o sustraído. Y lo peor es que son ejércitos individuales, sin miedo a perder nada porque ya lo han perdido todo. Y cuando a ese uno se le priva de dignidad y hasta su miedo muere de hambre, ese no conoce fronteras que puedan separarle de lo que le corresponde ni espesos y altos muros capaces de pararlo. Así ha sucedido en todas las épocas de la historia y así sucederá en estos tiempos modernos, cuyo inicio de la debacle comenzó con el pistolero de Connecticut (George W. Bush) y su empeño por erigirse en una especie de nuevo Cristóbal Colón, con sus pretensiones de democratizar a base de bombas y metralletas camufladas bajo las cruces del buenismo cristiano, como si descubriese tras el muro islámico un nuevo mundo para Occidente. Aunque el auténtico fin de la invasión fuese reponer con barriles de petróleo todo lo que perdió manejando las empresas de papá. El fin más que probable lo está construyendo el cani de la nueva política, el que se proclama a bombo y platillo como el adalid de un nuevo tiempo para la política, llamado por Dios para crear más puestos de trabajo que nadie sobre la tierra... aunque los resultados le están dando calabazas. Va a hacer falta mucha mano de obra para limpiar el polvorín que va a levantar el abanderado de otros muchos borregos que van de la mano hacia la autodestrucción y que ese maniqueísmo que profesan no les va a amparar ante la debacle, porque hablan el mismo idioma.
Conclusión: «quien se ríe del mal del vecino, el suyo viene de camino». La prensa ha de sentirse obligada a denunciar y presionar sobre lo que no se hace bien y mucho menos dejarse amedrentar por el totalitarismo de pacotilla, tan casposo como las películas de Torrente. Han de hacerlo por respeto a la profesión, por puro amor a la verdad, para contar las cosas como son y no con el único y claro objetivo de vender titulares por segundo para captar adeptos o por orden de quien paga su publicidad. Nunca ha sido tan peligroso para el periodismo la autocensura como en los tiempos en que vivimos.
La cobardía y la hipocresía de Europa le pasarán factura antes o después. Y ni que decir tiene que aquello que inició el pistolero de Connecticut y acabará el cani del flequillo pollo de diseño hortera lo lamentará toda la civilización acomodada, que ahora lo critica y condena con sus buenas intenciones, con su insultante desmemoria histórica y su despotismo iletrado. La libertad de prensa es la libertad de expresión. Pero ya lo dije antes. Esta efervescencia del minuto y resultado cada segundo, masticando información constantemente y de forma compulsiva, sin cocer, que nos obliga a ser crudiveganos de la información, da como resultado muy malas digestiones y una falta de perspectiva real de las cosas distorsionadas. «Y si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír», sentencia Orwell. Esto es lo que echo en falta. Y también que el mundo comience a mirar hacia el humanismo con la bandera que contiene los únicos colores que nos represente: la solidaridad, la empatía y la conciencia social. «Los medios ayudamos a que funcionen la democracia y la economía»... siempre y cuando sus amos no salgan perjudicados.
© Daniel Moscugat, 2025.
® Texto protegido por la propiedad intelectual.
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