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LA OLA

En una sociedad que se mueve como pez en el agua sobre la ola de las noticias falsas, se hace difícil escribir bajo el paraguas de la reflexión, porque esta misma no interesa para nada, y aún menos el debate contrastado. El adoctrinamiento canalla de las ideas sectarias sobre el concepto bastardo de «patria», y la connivencia de los ignorantes ávidos de creer a pie juntillas todo lo que se publica en Tik Tok, con ansias de creer aquello que están predispuestos a creer, y que, en definitiva son afines a esa secta que manejan los hilos importantes de los resortes de la cohésion y protección social, van tomando posiciones y permeando el muro de la contemplación hasta viciar el aire y hacerlo irrespirable. En este panorama, reflexionar y poner el dedo en la llaga te procura enemigos íntimos e insospechados; es un deporte de riesgo extremo la reflexión, puesto que ya no hay espacios para el debate, la aportación de datos objetivos y sobre todo alcanzar un punto intermedio de consenso. Lo único que vale es derribar al enemigo (así se le llama ya al oponente político), cueste lo que cueste. 

La película La ola (Dennis Gansel, 2008), narra la iniciativa de un profesor de instituto para llevar a cabo un experimento con el que sus alumnos entendiesen los fundamentos de los gobiernos totalitarios. Un proyecto que se inicia casi como un juego y que acaba de manera trágica, con la disciplina como premisa y el sentimiento patriótico que confunde a sus participantes en una comuna de ideas imaginarias que acaban convirtiéndose en un movimiento real dentro del mismo centro de estudios, extrapolado incluso fuera de él...

Es un hecho incuestionable que fascistas, filofascistas y demás lunas menguantes que los orbitan, y que a su vez giran en movimiento de revolucion alrededor del histórico sol nazi del pasado siglo XX, creen con tanto ímpetu, firmeza y denuedo sus propios delirios de falsedades que serían capaces de hacer girar la Tierra en sentido contrario al movimiento de rotación; Adolfo estuvo a punto de conseguirlo... de no ser por el infame asesino Stalin y su comunismo purgado de rabia, España sería hoy una provincia de Alemania. 

Esos adeptos creen los cuatro conceptos y medio por los que se desenvuelven a pie juntillas, como si de una biblia se tratase; porque en las tripas no hay verdad ni neuronas capaces de conectarse para descifrar un solo pensamiento razonado, consensuado o siquiera debatido; solo albergan un falaz e irracional falso sentimiento patriótico que lo justifica todo, esto es, escatología pura (entiéndaseme los dos sentidos de que dispone la etimología del palabro).

Esa demagogia embebida por la discapacidad intelectual les hace ciertamente peligrosos, porque no hay nunca apelación más burda, primitiva e ignorante al sentido de la democracia que la causa se resuma en un golpe de colon... y al retrete (salvo cuando la democracia le es favorable para asir el bastón de mando y golpearnos con él a la inmensa mayoría que no sintamos la patria como ellos dicen). Basan sus delirios de odio democrático en un hipotético régimen estatutario donde solo caben los proyectos que guardan en las tripas y gustan en defecar sobre todos y para todos por imperativo legal, como maná en el desierto intelectual por el que vagan desde allende el tiempo donde creó tormentas y deseos. Y solo los que anhelan la putrefacción de lo que despiden las tripas son los que acaban orbitando alrededor de esa idea de común denominador, hasta los habrá que se cansen de vagar por el paraíso de la honestidad y acaben por inmolarse en el espejismo de la falsedad en el desierto de la desigualdad autocrática.

Y en ese sentido, querido ilustre ignorante como yo, el gran Antonio Machado se atrevió a sintetizar una de sus reflexiones más solemnes en torno a estas ideas en una sola frase: «El arma más destructiva que utiliza el fascismo es la mentira». Porque la mentira da una vuelta al mundo antes de que la verdad se ate los cordones, como dijo para la posteridad Mark Twain; y si no, que se lo pregunten a MAR. Así funcionaba el rudimento de crear sociedad entre los alumnos del instituto de La ola, así funcionó la propagación del régimen Nazi en el siglo XX, y así funciona a las mil maravillas ahora, también y sobre todo, en España.

Y es que acopiamos pocos intelectuales en este país que sacudan el tarro de pensar (también para que sacudan el nuestro), y los pocos que quedan se van apagando poco a poco y prefieren el silencio a luchar contra los molinos, porque andamos todos ciertamente con la mierda al cuello y ellos ya tienen el cielo ganado y evitan complicarse la vida... Lo peor es que hasta los hay que disfrutan retozando en ella y aniquilan emocional, intelectual y profesionalmente sin ambages a todo el que amenace con desinfectar con lejía y zotal. 

Si añadimos a la fórmula la clase tan amplia de furcias mediáticas que copan el pseudoperiodismo que nos mean filofascismo a diario (y que nos quieren hacer creer que es el más dulce de los perfumes, e incluso empieza a ser mayoría quien lo cree a pie juntillas) da como resultado una sociedad que va camino de la inutilidad más viciada de toda la historia de la humanidad. Hasta los que parecen honestos sucumbirán por treinta mondas para disfrutar las bondades de ese espejismo de mentiras en pleno desierto de decencia y honestidad. Nos preguntábamos  cómo fue posible que gran parte de los ciudadanos europeos en el siglo XX cayeran en las redes de la falsedad y desigualdad autocrática de Adolfo y su caterva mediática. Mire donde mire, sea cual sea el país al que eche un vistazo, la cosa no pinta mejor que aquí. Y si no, fíjese donde queda el inmovilismo del resto del planeta frente al genocidio que se produce en Gaza. Si Adolfo levantase la cabeza, se descojonaría de la risa viendo a un judío perpetrar una de sus obras maestras un siglo después. 

Hacemos méritos más que sobrados para la extinción de nuestra especie... Nunca pensé que el ser humano abrazase la autodestrucción con tanto empeño como ahora desde que Hitler logró llegar al poder un 30 de enero de 1933. Ni cien años han pasado...

Hala, y ahora unos churros con chocolate antes de que se acabe todo esto.



© Daniel Moscugat, 2025. Todos los derechos reservados.

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