Ir al contenido principal

NO SOMOS COMO EL CIERVO

No tenía intención de escribir sobre esto porque me produce cierta urticaria y, además, suele sacar lo peor de cada casa; cada cual se vuelve sectario en cuanto limita su capacidad de aceptación de la realidad, y si sumamos a esto que al ser humano en general le encanta eso de mirar la paja en el ojo ajeno y obviar la secuoya que tiene atravesada, pues obtenemos al adepto perfecto para minimizar cualquier precepto que amenace un determinado modo de proceder o una determinada ideología. 

Hay una gran diferencia entre creer y pensar y, por desgracia, está cada vez más en boga la creencia de la fe ciega en los vídeos de Tik Tok que el vecino reaccionario del tercero izquierda publica casi a diario, o en los medios de comunicación que secundan la ideología del que es adepto, desplazando el pensamiento crítico al vacío del desuso.

Pues eso, que solo quería comentar un detalle de esos que trascienden más allá de lo obvio. Me entretendré en unos pocos detalles del discurso del Jefe Indio Joseph ante toda la plebe de estirados usurpadores de territorio que gobernaban los incipientes EE. UU. Corría el año 1789. A lo largo de su exposición, con un vocabulario sencillo, honesto y directo, el Jefe Joseph, alias al que respondía el gran jefe indio Inmatuyalatket (Trueno que retumba en las montañas), de la banda Wallamwatkin de los Chutepalu (más conocidos entre los blancos como «Nez Perces»), expuso el desvarío sanguinario y embustero que aplicaron a su pueblo para expulsarlos de su territorio. Apelaba contra la base de mentiras y palabrería banal, edulcorada por el vocabulario legislativo inventado a su conveniencia por el hombre blanco, y la necedad que cegaba a quienes ponen de su parte la razón y martirizan todo aquello que les incomoda. Pareciese a bote pronto que sojuzgo con el nivel de conciencia actual las vicisitudes de los patriotas de los que poco después serían los iuesei. Sin embargo, teniendo en cuenta el nivel de reflexión de aquel «salvaje», bien merece esta reseña a vuelapluma.

El gran jefe Joseph concluía en una de sus muchas elucubraciones: Nosotros éramos como el ciervo; ellos eran como osos pardos. Nosotros teníamos un territorio pequeño. Su territorio era grande. Nosotros estábamos contentos dejando que las cosas permanecieran como el Gran Espíritu las creó. Ellos no, y cambiaban los ríos y las montañas cuando no les gustaban... (Ed. José J. de Olañeta, 2006). 

Pareciesen proféticas las palabras del gran jefe Joseph cuando presencié el otro día a esos descendientes directos de los padres de la constitución estadounidense increpar al gran jefe Volodimir y acusarlo de ser un egoísta por tener unas tierras tan grandes y no querer compartirlas con el gran oso pardo de Putin. Los hampones son así, su precepto es la amenaza y su mantra quitarte lo tuyo pa quedármelo yo o dárselo a mi amigo. Pero lo peor de todo es la caterva de cazurros ignorantes que aplauden a rabiar. Me pareció oír al pobre Zelensky insistirle al gran jefe pálido que ellos eran como el ciervo, y que querían vivir y ser dueños de su destino en la tierra que les pertenecía, sin injerencias de nadie.

Creo que ya lo he dicho alguna vez en más de una conversación y dejo aquí escrito: vivimos los últimos estertores de esta era industrial y tecnológica y damos los mismos síntomas de hastío y desfachatez que llevó al antiguo Imperio romano a su desaparición, cosa que nos llevará a vivir otra realidad, otra suerte de era totalmente distinta.

La convivencia de la humanidad basada en la democracia y la diplomacia no puede ser negociable al estilo matón de instituto, por muchas sartenes que se tengan por el mango. Aún menos demonizar la democracia porque no nos gusten los resultados, porque no aceptemos la intrahistoria de lo que queda siempre por mejorar (dado que cualquier experiencia vital no tiene su continuidad en el tiempo y debe ser renovada para adaptarse al nivel de conciencia de los tiempos que corren) o porque nos parezca un perpetuo e insufrible trámite burocrático.

 Nosotros éramos como el ciervo; ellos eran como osos pardos. Nosotros teníamos un territorio pequeño. Su territorio era grande. Nosotros estábamos contentos dejando que las cosas permanecieran como el Gran Espíritu las creó. Ellos no, y cambiaban los ríos y las montañas cuando no les gustaban... Esa es la línea que todos los estados debieran evitar cruzar, y se exceden cada vez más. Es el estado de derecho el que debe evitar ser como el oso pardo y es el estado de derecho el que debe permitirnos ser como el ciervo y campar libremente por el pequeño territorio de la democracia y el respeto al vecino. Lamentablemente, tropezamos en la misma piedra una y mil veces. Pronto la historia nos pondrá en nuestro lugar, porque todo se repite con los mismos resultados por insistir en la misma fórmula una y otra vez esperando soluciones distintas. Clama al cielo el sentido común como un «Trueno que retumba en las montañas». Lamentablemente, no somos como el ciervo...




© Daniel Moscugat, 2025. Todos los derechos reservados.

Comentarios

Entradas populares de este blog

TODO TIENE SU ECO EN LA ETERNIDAD

La vida me llevó a deambular de aquí para allá en la búsqueda incesante de algún eco que la eternidad hubiera reservado para mí. Aquel ejercicio de rastreo me llevó a vivir situaciones inverosímiles que me enseñaron a guardar distancias y verlo todo con cierta perspectiva angular, con afectación en las vidas de los demás, pero nunca supe cuál cambiaría la mía. Hasta que un extraño timbre agitó cada partícula de mi ser para que regresara a mis orígenes.  Y regresé sin pensarlo un momento. En cierto modo, cabizbajo por dejar las ascuas de mi propósito en el camino y dejar así que la vida fluyese como tal.  Me acomodé en pleno centro histórico, una rúa  que respira gratitud, desprende nostalgia, pero el estado de abandono que sufría le infería un aspecto decrépito, en cierto modo perlado de goticismo. Afortunadamente, entre los comerciantes y vecinos de la zona, con la obligada aportación del consistorio viendo que le comían la tostada, comenzó a recuperar un poco del lustre...

LA METÁFORA DEL CUARTO DE BAÑO

No sé si conocen aquello que Isaac Asimov dijo sobre el efecto cuarto de baño. Habida cuenta de estos últimos movimientos que se producen en el mundo, me lo ha recordado. El divulgador científico, y no menor autor literario de ciencia ficción, planteó un dilema moral. En una entrevista aseveró que, si en una vivienda habita una pareja y poseen dos cuartos de baño, no habría problemas en usarlo cada cual para lo que quisieran. Sería muy sencillo tener la libertad para tenerlo cuando uno quisiese y para lo que estimase oportuno, con total libertad. El problema radica cuando los moradores de la casa se multiplican por cinco o por diez, cada uno con sus necesidades o incluso haciendo mal uso de los mismos para momentos de asueto que nada tienen que ver con necesidades primordiales; o tal vez tomarse más tiempo de la cuenta para usos esenciales... Desde ese mismo instante, se hace más difícil soslayar siquiera la conveniencia de que todos dispongan del mismo tiempo y las mismas oportunidade...

MATRIA

(Inédito). El día que vi su sonrisa fresca de lluvia recién nacida, prometí seguir los pasos de su bandera hasta rebasar la frontera de su matria. El camino me deparó hondonadas de tinielas gorgojeando rumores y desidias, tormenta de grillos que ululaban para silenciar el pábilo de cada pétalo de luz que brotaba de sus labios. No lamenté caminar junto al diablo hasta que logré cruzar el puente; su silencio ceroso balbuceaba barricadas adornadas de concertinas con el único fin de emponzoñar la inocencia de la lluvia neonata que andaba perdida entre madeja y ceniza de mi memoria. Tampoco temí perder el rastro, porque, a pesar de todo, la luz nunca deja de centellear en el horizonte de la comisura de sus labios, donde la frontera no era más que un beso capaz de extinguir la llamarada de cualquier diablo. Desde entonces, los labios son mi matria y una sonrisa mi bandera. © Daniel Moscugat, 2020. Todos los derechos reservados.