Al entrar en el autobús, se creyó dueño del tiempo. Tomó asiento, como siempre, con el deseo de regresar a casa cuanto antes. Durante el trayecto, navegó por los mares de las redes sociales con la cápsula atemporal de su teléfono. Transcurrieron apenas unos segundos en su cabeza, que en realidad fueron casi veinte minutos. Al mirar por el cristal, se alertó de que llegaba su destino. Así que presionó el botón solicitando parada para bajar y llegar a su hora.
Ya de regreso a la parada del bus que lo devolvería a su origen, navegaba sin descanso desperdiciando su tiempo mientras caminaba, crédulo de su omnisciencia, creyéndose propietario de esa morada. La cosa le costó cara: los minutos perdidos desahucian a su propietario y pertenecen a quien los encuentra. Escapó el último bus con los minutos malgastados acomodados en sus asientos en busca de propietario.
© Daniel Moscugat, 2025. Todos los derechos reservados.
Comentarios
Publicar un comentario