Que este país, tras un período de calma más o menos estable entre los ochenta y noventa, ha vuelto a resquebrajarse en dos es ya hoy una realidad. La grieta que las separa (aunque debería decir abismo) puede verse a lo lejos, a kilómetros de distancia, desde la estratosfera diría yo; bueno, diría, mejor dicho, el filósofo Emilio Lledó, según me confesó hace unos años. Uno, que ha leído de casualidad algunas cosillas sobre los orígenes del golpe de Estado y posterior Guerra Civil (termino que nunca me acaba de convencer, porque lo que se perpetró fue más bien un genocidio), no puede perder la oportunidad de soslayar que esta deriva está succionando el cerebro de millares de ignorantes iletrados y poco leídos que se dejan llevar por una corriente ficticia de irrealidades solo elucubradas por quienes tienen mala leche, poca profesionalidad y mucha imaginación para inventar noticias, si no tergiversarlas, para que parezcan lo que no es. Y ya sabemos lo que les pasa a los camarones que se d...
Lo que son las cosas. Acabo de leer que el presidente de un mass media, uno de los grupos editoriales más importantes de este país, tiene la desvergüenza de decir en público, casi a voz en grito, que «Los medios ayudamos a que funcionen la democracia y la economía»; lo que no ha dicho es el cómo, claro. Me explico. Hubo un tiempo en que la prensa fue para mí un icónico adalid de libertad de expresión y de defensa de la verdad. El cuarto poder la han llamado siempre. Hoy, la efervescencia del minuto y resultado cada segundo en las redes sociales nos empuja de forma involuntaria a masticar información en todo momento y de forma compulsiva, sin cocer y dando por hecho la obligación a ser crudiveganos de la información. El resultado son muy malas digestiones y una falta de perspectiva real de las cosas distorsionadas. Más que información yo lo llamo complacencia con quien les paga, o con quien gobierna, o ambas a la vez. Y es que el abajo firmante echa de menos ese periodismo de pluma...